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viernes, 3 de abril de 2015
Síndrome de Estocolmo
Síndrome de Estocolmo
El síndrome de Estocolmo es una reacción
psicológica en la que la víctima de un
secuestro, violación o retención en contra de
su voluntad, desarrolla una relación de
complicidad y de un fuerte vínculo afectivo,
[1]
con quien la ha secuestrado. Principalmente
se debe a que malinterpretan la ausencia de
violencia contra su persona como un acto de
humanidad por parte del secuestrador.
[1]
Según datos de la Federal Bureau of
Investigation (FBI), alrededor del 27 % de las
víctimas de 4700 secuestros y asedios
recogidos en su base de datos experimentan
esta reacción.
[1]
Las víctimas que
experimentan el síndrome muestran
típicamente dos tipos de reacción ante la
situación: por una parte, tienen sentimientos
positivos hacia sus secuestradores. mientras
que, por otra parte, muestran miedo e ira
contra las autoridades policiales. A la vez, los
propios secuestradores muestran
sentimientos positivos hacia los rehenes.
[1]
Causas
En la bibliografía sobre el tema, se
mencionan varias posibles causas para tal
comportamiento:
Tanto el rehén o la víctima como el autor
del delito persiguen la meta de salir ilesos del
incidente, por ello cooperan.
Los rehenes tratan de protegerse en un
contexto de situaciones que les resultan
incontrolables, por lo que tratan de cumplir
los deseos de sus captores.
Los delincuentes se presentan como
benefactores ante los rehenes para evitar una
escalada de los hechos. De aquí puede nacer
una relación emocional de las víctimas por
agradecimiento con los autores del delito.
Con base en la historia de desarrollo
personal, puede verse el acercamiento de las
víctimas con los delincuentes, una reacción
desarrollada durante la infancia. Un infante
que percibe el enojo de su progenitor, sufre
por ello y trata de «comportarse bien», para
evitar la situación. Este reflejo se puede
volver a activar en una situación extrema.
La pérdida total del control que sufre el
rehén durante un secuestro es difícil de
asimilar. Se hace más soportable para la
víctima convenciéndose a sí misma de que
tiene algún sentido, y puede llevarla a
identificarse con los motivos del autor del
delito.
Historia
Artículo principal: Robo de Norrmalmstorg
Patricia Hearst durante el atraco
protagonizado por el SLA en el Banco
Hibernia.
El 23 de agosto de 1973, Jan Erik Olsson
intentó asaltar el Banco de Crédito de
Estocolmo, en Suecia. Tras verse acorralado
tomó de rehenes a cuatro empleados del
banco, tres mujeres y un hombre. Entre sus
exigencias estaba que le trajeran a Clark
Olofsson, un criminal que en ese momento
cumplía una condena. A pesar de las
amenazas contra su vida, incluso cuando
fueron obligados a ponerse de pie con sogas
alrededor de sus cuellos, los rehenes
terminaron protegiendo al raptor para evitar
que fueran atacados por la policía de
Estocolmo.
[2]
Durante su cautiverio, una de
las rehenes afirmó: «No me asusta Clark ni su
compañero; me asusta la policía». Y tras su
liberación, Kristin Enmark, otra de las
rehenes, declaró: «Confío plenamente en él,
viajaría por todo el mundo con él».
[3]
El
psiquiatra Nils Bejerot, asesor de la policía
sueca durante el asalto acuñó el término de
Síndrome de Estocolmo para referirse a la
reacción de los rehenes ante su cautiverio.
[3]
Un año después, en febrero de 1974, Patricia
Hearst, nieta del magnate William Randolph
Hearst, fue secuestrada por el ejército
Simbionés de Liberación. Dos meses
después de su liberación, ella se unió a sus
captores, ayudándolos a realizar el asalto a
un banco. Este caso le dio popularidad al
término de "Síndrome de Estocolmo", al
intentar ser usado por su defensa durante el
juicio, pero no fue aceptado por el tribunal y
Hearst fue condenada por el atraco.
[3]
En su novela La punyalada, publicada como
obra póstuma en 1904, el escritor catalán
Marià Vayreda describió este estado
psicológico.
[cita requerida]
Situaciones
De acuerdo con el psiquiatra y catedrático de
Medicina social Nils Bejerot, asesor de la
policía sueca durante el secuestro, el
síndrome de Estocolmo es más común en
personas que han sido víctimas de algún tipo
de abuso, tal es el caso de:
[cita requerida]
Rehenes.
Personas agredidas en un entorno familiar.
Miembros de una secta.
Niños con abuso psíquico.
Víctimas de incesto.
Prisioneros de guerra.
Prisioneros de campos de concentración.
Abusos de pareja.
Otros usos
Fuera del contexto criminal una forma de que
el síndrome puede ocurrir es en el
entrenamiento militar básico, en el cual este
es una experiencia ligeramente traumática
con la meta de crear vínculos en las unidades
militares, que seguirán siendo leales entre sí,
aún en situaciones de peligro de muerte.
Similarmente, los efectos del sistema de las
«novatadas» en la introducción a grupos
(tales como fraternidades, secretas o no, las
bandas y hermandades) se han comparado a
este síndrome. En la antropología cultural un
síntoma similar común es la captura de la
novia.
La lealtad a un abusador más poderoso —a
pesar del peligro en que esta lealtad pone a la
víctima de abuso— es común entre víctimas
de abuso doméstico, los maltratados y el
abusador de niños (infantes dependientes).
En muchos casos las víctimas eligen seguir
siendo leales a su abusador, y eligen no
dejarlo, incluso cuando se les ofrece un lugar
seguro en hogares adoptivos o casas de
acogida. Este síndrome fue descrito por los
psicoanalistas de la escuela de la teoría de
las relaciones objetales (véase Ronald
Fairbairn) como el fenómeno de la
identificación psicológica con el abusador
poderosa.
Síndrome de Estocolmo
Doméstico
El Síndrome de Estocolmo Doméstico (SIES-d), también llamado “Síndrome de la mujer
maltratada”, se da en mujeres maltratadas
por sus parejas sentimentales con las que
mantienen un vínculo de carácter afectivo.
El SIES-d plantea que la mujer víctima del
maltrato por parte de su pareja, llega a
adaptarse a esa situación aversiva que se da,
incrementando la habilidad para afrontar
estímulos adversos y la habilidad de
minimizar el dolor. Estas mujeres suelen
presentar distorsiones cognitivas como son
la disociación, la negación o la minimización.
Esto les permite soportar las situaciones e
incidentes de violencia que se ejerce sobre
ellas.
Su denominación está vinculada con el
Síndrome de Estocolmo, el cual fue definido a
partir de un concreto incidente en el que tras
un atraco a un banco de Estocolmo, “una
cajera se enamora de uno de los atracadores.
Sandor Ferenczi (1873-1933) llamó a este
mecanismo de defensa identificación con el
agresor, vínculo que se crea cuando una
persona se encuentra impotente frente a su
agresor en una situación donde su vida corre
peligro"
[4]
Se trata de un mecanismo de
supervivencia que se crea en la mujer víctima
de maltrato para convivir con la repetida
violencia que su pareja ejerce sobre ella. Se
denominó así a este proceso que se da en la
mente de la víctima. Por ello también se le ha
llamado Síndrome de Estocolmo Doméstico
al proceso mental que sufre una mujer
víctima de maltrato por parte de su pareja
sentimental.
Fue formulado por Leonare Walker en
Estados Unidos en 1979, quien lo usó para
describir las secuelas psicológicas que se
daban en las mujeres víctimas de violencia
de género.
[5]
El origen de la formulación de
este Síndrome estaría fundamentado en la
“Teoría de la Indefensión Aprendida”.
Dicha teoría toma como fundamento
experimentos realizados por Martin
Seligman, los cuales tuvieron incluso
repercusión para el análisis de la depresión
en los seres humanos. El autor partió del
estudio de perros que fueron sometidos a
choques eléctricos intermitentes. Estos
choques se daban de forma discontinua y al
azar cuando los perros se aproximaban a
buscar sus alimentos, este procedimiento les
produjo una conducta, la cual les hacía
arrinconarse en una esquina de su jaula a la
que denominaremos “esquina segura”.
Permanecían en esa esquina segura hasta
que decidían volver nuevamente a la
búsqueda de los alimentos y a veces recibían
choques y otras no. Como resultado de este
proceso se crearon sentimientos de
incertidumbre al mismo tiempo que los
perros se volvían más dependientes del
propio experimentador. A razón de estos
resultados se estableció un paralelismo entre
la conducta aprendida desarrollada por estos
perros y la conducta de la mujer maltratada.
También se han dado algunas posiciones
críticas que defendían que la incertidumbre
asociada a la repetida violencia e intermitente
es un proceso clave en el desarrollo del
vínculo, pero que sin embargo de ninguna
manera puede ser el único.
[6]
El síndrome que nos ocupa no ha sido
caracterizado como entidad diagnóstica en la
última edición de 1995 del Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales (DSM IV), pero sí se lo reconoce
como fenómeno psicopatológico de
plataforma traumática: “En el que se induce
al agredido a un modelo mental, de
naturaleza cognitiva y anclaje contextual”
(Montero Gómez, 1999). Montero ha
introducido a este Síndrome dentro de la
clasificación de “Trastornos disociativo no
especificado” del manual “DSM IV”.
El autor ha descrito el SIES-d como “un
vínculo interpersonal de protección,
construido entre la mujer y su agresor, en el
marco de un ambiente traumático y de
restricción estimular, a través de la inducción
en la mujer de un modelo mental (red
intersituacional de esquemas mentales y
creencias). La mujer sometida a maltrato
desarrollaría el Síndrome de Estocolmo para
proteger su propia integridad psicológica y
recuperar la homeostasis fisiológica y
conductual." (Montero Gómez, 1999).
[7]
Según Dutton y Painter (1981),
[8]
el Síndrome
de Estocolmo entendido en el ámbito
domiciliar surge de una forma determinada.
Estos autores han descrito un escenario en el
que dos factores, el desequilibrio de poder,
por un lado, y la suspensión en el tratamiento
bueno-malo, por el otro, generan en la mujer
maltratada el desarrollo de un lazo
traumático que la une con el agresor a través
de conductas de docilidad, donde el abuso
crea y mantiene en la pareja una dinámica de
dependencia debido a su efecto asimétrico
sobre el equilibrio de castigos. Este
sentimiento de dependencia camina hacia la
identificación con el agresor, a la justificación
de sus actos y por último a “ponerse de su
lado”.
A pesar de que el adjetivo “doméstico” a
veces es entendido como el espacio de
convivencia familiar, éste hace referencia en
el Síndrome de Estocolmo Doméstico a
muchos más ámbitos que el propio domicilio
donde puedan convivir la pareja. La conducta
de maltrato es llevada a cabo muchas veces
en el hogar, pero también lo es fuera de él.
Por ello, es importante no confundir el
término “doméstico” cuando hablemos de
este Síndrome: (SIES-d).
El síndrome viene determinado por una serie
de cambios y adaptaciones que se dan a
través de un proceso formado por 4 fases a
nivel psicológico en la mujer víctima de
maltrato por parte de su pareja.
Estas cuatro fases son:
[9] [10] [11]
Desencadenante: los primeros malos tratos
rompen el sentimiento de seguridad y la
confianza que la mujer tiene depositada en
su pareja. Se produce entonces
desorientación, pérdida de referentes e
incluso depresión.
Reorientación: la mujer busca nuevos
referentes, pero su aislamiento es cada vez
mayor. Normalmente a estas alturas se
encuentra prácticamente sola con el
exclusivo apoyo de la familia. La víctima no
tiene con qué comparar o con quién al estar
aislada.
Afrontamiento: la mujer percibe la realidad de
forma desvirtuada, se autoinculpa de la
situación y entra en un estado de indefensión
y resistencia pasiva. El agresor la hace sentir
culpable. Entra en una fase de afrontamiento
donde asume el modelo mental de su pareja,
tratando de manejar la situación traumática.
Adaptación: la mujer proyecta la culpa hacia
otros, hacia el exterior (locus de control
externo) y, el Síndrome de Estocolmo
Doméstico se consolida a través de un
proceso de identificación con el agresor.
Sobre este tema Vallejo Rubinstein señala
que el “desconocimiento de estos procesos y
de sus secuelas hace que muchas veces las
mujeres agredidas sean tratadas y retratadas
como masoquistas, locas o histéricas a las
que les gusta que les peguen. Como explica
Rojas Marcos, a la hora de analizar las
representaciones que se hacen de víctimas y
agresores (especialmente de los medios de
comunicación que raramente toman en
cuenta o narran estos procesos), la mujer
sale mucho peor parada que el agresor, que
suele aparecer como un señor normal, que
nunca ha sido violento según los vecinos y
testigos, no el monstruo que uno espera,
versus una mujer desencajada y fuera de sí
que lo provoca con sus comportamientos
(1995, p.34). Esta concepción patológica de
la mujer objeto de abuso es sólo una de las
muchas imágenes o estereotipos que
circulan en la sociedad respecto a víctimas y
agresores”
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